jueves, 10 de noviembre de 2011

APRENDIZAJE COOPERATIVO



APRENDIZAJE COOPERATIVO Y EDUCACIÓN INCLUSIVA: UNA FORMA PRÁCTICA DE APRENDER JUNTOS ALUMNOS DIFERENTES.

Autor: Pere Pujolàs, profesor titular de la Facultad de Educación de la Universidad de Vic, coordina el grupo de investigación sobre “Atención a la Diversidad” en esa misma universidad y una red temática de investigación sobre “Atención a la diversidad de alumnos en una escuela para todos”, formada por seis universidades distintas. Es director y profesor del programa de doctorado “Integración y Educación” de la Universidad de Vic.

Obras:
·         Atención a la diversidad y el aprendizaje cooperativo.
·         Aprender juntos alumnos diferentes Los equipos de aprendizaje cooperativo en el aula.
·         Aprendre junts alumnes diferents. Els equips d'aprenentatge cooperatiu a l'aula.
·        9 Ideas Clave. El aprendizaje cooperativo.

INTRODUCCION

En el presente texto se realiza una reseña de la conferencia realizada por  el autor Pere Pujolàs frente a su obra denominada: Aprender juntos alumnos diferentes Los equipos de aprendizaje cooperativo en el aula. Allí el autor divide su ponencia en dos partes, la primera El aprendizaje cooperativo y la segunda ideas prácticas para enseñar a aprender en equipo.

En la primera parte el profesor Pujolás aclara definiciones frente los términos involucrados en el titulo de su obra, tales como actividad, cooperación, actividad cooperativa, aprendizaje cooperativo y establece la relación entre calidad y las acciones para establecer un aula con actividades de cooperación, delimitando los beneficios o dificultades que se pueden presentar durante su ejecución.

En la segunda parte, lleva al publico a plantear estrategias de cooperación entre los integrantes de un grupo determinado, a partir del reconocimiento de sus diferencias, generando acciones para favorecer la participación, identificando la importancia del trabajo en equipo, así como la necesidad de desarrollar sesiones de sensibilización para los actores del proceso e involucrando elementos prácticos dentro del trabajo diario tales como El cuaderno del equipo y los planes del mismo.

DESARROLLO
En su ponencia el profesor Pujolas invita a los asistentes a la conferencia a plantear una postura crítica frente a lo propuesto en su obra: Aprender juntos alumnos diferentes Los equipos de aprendizaje cooperativo en el aula, en términos de las características actuales de la escuela, donde debe propenderse por un reconocimiento de la diversidad de sus integrantes, dejando de lado la denominación de diferentes o especiales, porque allí  simplemente todos son considerados alumnos, con unas características y necesidades propias, aun si se presenta alguna condición de discapacidad (cualquiera que sea),  retoma los postulados de Susan Bray Stainback (2001), quien además propone que es el sistema pedagógico el que se debe adaptar al alumno y no al contrario, con el fin de permitir que todos y todas puedan participar en el mismo contexto generando las adaptaciones necesarias.

Así mismo plantea una estrecha relación entre las palabras inclusión y cooperación (enmarcadas dentro de la escuela, pero más específicamente dentro del aula), a partir de la cual se favorece la participación e interacción de todos los integrantes de la misma, involucrando tres principios básicos tendientes a no homogenizar la educación, propender por la autonomía de los alumnos y a descentralizar el liderazgo del maestro, postulando a otros niños y niñas como facilitadores o mediadores de  los procesos de sus compañeros al conformar pequeños grupos de trabajo, disminuyendo o eliminando la competencia o individualismo presentes en la escuela tradicional.
Pujolas retoma la postura de la UNESCO, en la cual se retoma “las escuelas ordinarias con una orientación inclusiva, con una pedagogía centrada en los niños y las niñas y basada en la cooperación –tanto entre los maestros y maestras a la hora de enseñar, como entre los alumnos y las alumnas a la hora de aprender- son el medio más eficaz para lograr una educación integral para todos”. Para confirmar su postulado, también cita a Porter (2001), quien maniefioesta que la pedagogía inclusiva se convierte en la garantía del derecho de todos los niños y niñas a participar en un escuela común, en una aula, donde asistirían “normalmente”, sino presentaran condición de discapacidad.

De esta manera puedo plantear las siguientes inquietudes:

¿Qué cambios deben generarse en la escuela, para lograr la movilización de su rol histórico de exclusión o selección, hasta llegar a una escuela inclusiva?
¿Cómo inciden las ideas personales o imaginarios sociales establecidos en un grupo de docentes determinado, cuando deben enfrentarse a nuevos retos, como en este caso la escuela inclusiva?
¿Inclusión educativa solamente se refiere a las personas con discapacidad pertenecientes a un aula?
¿Quién debe adaptarse, el medio a la persona o la persona al medio?

Concluyo esta reseña afirmando que el presente artículo se convierte en un insumo de trabajo practico para aquellas personas, maestros o profesionales que trabajan en primera infancia y que necesariamente se encuentran hoy ante diversos retos al ejercer la docencia, puesto que es necesario trascender de una concepción o visión colectiva y centrarse en la persona, aquella con necesidades, gustos y capacidades diferentes, pero sobre todo con una historia de vida única que la convierte en particular.


ADRIANA PATRICIA SANCHEZ S.
ESPECIALISTA EN INFANCIA, CULTURA Y DESARROLLO.
UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSE DE CALDAS. 2011.

JUGANDO NUESTROS DERECHOS VAMOS CONOCIENDO






TRABAJANDO CON LA COMUNIDAD



INCLUSION PARA TODOS

SIGNIFICACION Y ACTOS DE HABLA

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS
Facultad de Ciencias y Educación
Proyecto Curricular de Especialización en Infancia, Cultura y Desarrollo

SIGNIFICACIÓN Y ACTOS DE HABLA

Alicia Rey

¿Qué es la significación?

Los avances producidos en los estudios lingüísticos señalan la necesidad de dejar de considerar la lengua como un instrumento "neutro" destinado únicamente a trasmitir información, para empezar a apreciarla como una actividad entre unos protagonistas llamados enunciador (o emisor o hablante) y destinatario (o receptor o alocutario, u oyente). En la base de esa actividad se halla la enunciación,  definida como el acto individual de utilización de la lengua y el enunciado, resultante de esa utilización.

Durante la realización de esa actividad lingüística, el enunciador toma posición en relación con su destinatario, con su misma enunciación, con el enunciado producido, con el mundo que habita y con los enunciados anteriores y los que vendrán posteriormente. A lo anterior se agrega también, que esa actividad lingüística deja unas marcas que se reflejan en la estructura del enunciado.

Los estudios sobre la enunciación han incidido notablemente en el cambio del punto de vista tradicional sobre la significación; posición defendida por los seguidores de Ferdinand de Saussure, quienes la veían como el resultado de un juego complejo de relaciones y de oposiciones internas al sistema de la lengua (valor semántico de una unidad lingüística), cuya especificación se hace de conformidad con los principios clásicos del análisis estructural (segmentación, permutación, conmutación, etc.).

Los estudios sobre la enunciación, especialmente de E. Benveniste y de los filósofos del lenguaje como J.Austin Y J. Searle, lograron que la significación pasara a ser concebida no de manera interna sistema de la lengua sino en referencia a las condiciones de utilización del enunciado; es decir en relación con su valor  pragmático, o sea en función del contexto en el cual el enunciado es proferido.

Teniendo en consideración tal posición pragmática, se puede afirmar que cuando observamos lo que hacen las personas cuando usan el lenguaje, nos encontramos con las intenciones, los propósitos,  las creencias y los deseos que el hablante tiene al usar la lengua. Es decir, nos encontramos con los actos de habla.

¿Qué es un acto de habla?
¿Qué es lo que caracteriza a los actos de habla que los hace diferentes de la mera emisión de sonidos? Lo característico es que al hablar el hablante quiere decir algo con lo que dice y de la cadena de signos emitida,  se afirma que tiene un significado. Dicho en otros términos (Grice, 1975): " Al hablar intento comunicar  ciertas cosas al interlocutor, haciéndole que reconozca la intención de comunicar  precisamente esas cosas. Obtengo  el efecto esperado en el interlocutor si logro  que reconozca esa intención de producir sobre él ese efecto  y una vez que mi interlocutor reconoce esa intención, se logra, en general,  el efecto que se pretendía". De esta afirmación se deduce que existe una estrecha relación entre significado e intención pero además, al realizar un acto de habla yo trato de comunicar algo a mi interlocutor y para ello hago que él  reconozca mi intención de comunicárselo.

Pero el significado tiene además, que ver con las convenciones o reglas que gobiernan el uso de la lengua. Así por ejemplo, cuando digo "Hola", ¿qué sucede en términos de la significación?: consiste en:
(a) intentar que el interlocutor reconozca que está  siendo saludado,
(b) intentar hacer que éste reconozca que está siendo saludado, haciéndole que reconozca la intención que se tiene de saludarle,
(c) intentar hacer que reconozca la intención que se tiene de saludarle, en virtud de su conocimiento del significado de la oración "Hola".

Esta manera de abordar la significación permitió abandonar de una vez por todas, la idea según la cual el sentido de los signos lingüísticos y de los enunciados se reduciría a su contenido representativo y podría ser considerada independientemente de su utilización en las posiciones discursivas de sus usuarios.

A partir de la pragmática, se considera que además de la función de representación, la lengua tiene un valor pragmático que puede ser estudiado mediante la teoría de los actos de habla; esta teoría sitúa el análisis de la lengua y de la significación en la utilización del lenguaje, comparando la acción de hablar con otras acciones  realizadas por los seres humanos.

Así por ejemplo, todo enunciado, además de referirse aún contenido, realiza una serie de  actos en relación con su interlocutor, por ejemplo: actos de preguntar, prometer, amenazar, etcétera. Cada interlocutor está obligado a reconocer en cada enunciación de qué tipo de acto se trata y comportarse de la manera apropiada según las circunstancias comunicativas.

La teoría de los actos de habla

J.Austin inicia el estudio de los actos de habla a partir del estudio de aquellos enunciados cuya enunciación por sí misma  constituye la acción; son los enunciado llamados performativos, (de performer: efectuar), que no describen la acción sino que son una acción. Por ejemplo: "yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo..." cuando el sacerdote derrama el agua bautismal, "Los declaro marido y mujer " pronunciado en la ceremonia de un matrimonio o "Dejo mis bienes a mi hijo "cuando se lee un testamento.
La constatación de la existencia de tales enunciados llevó posteriormente a J. Searle (1990) a desarrollar la idea fundamental para la comprensión de la comunicación humana según la cual:
"Una teoría del lenguaje forma parte de una teoría de la acción, simplemente porque hablar un lenguaje es una forma de conducta gobernada por reglas (...). La unidad de la comunicación lingüística no es, como se ha supuesto generalmente, el símbolo, la palabra o la oración, sino más bien la producción o emisión de ese símbolo, palabra u oración al realizar el acto de habla".

La noción de performatividad le permitió a la lingüística desarrollar la afirmación según la cual  "decir es hacer" y avanzar en el estudio de los diferentes tipos de actos de habla. Cada acto de habla se constituye por tres actividades que se desarrollan en cada ejecución lingüística.

Dicha ejecución involucra: el acto de decir (acto locutivo o locucionario), el que tiene lugar al decir algo (acto ilocutivo o ilocucionario) y el que ocurre por el hecho de decir algo (acto perlocutivo o perlocucionario).

Acto locutivo es el que tiene como finalidad la pronunciación de sonidos, sílabas, palabras, oraciones de una lengua para referirse a un significado.

Acto ilocutivo es el ejecutado al decir el acto locutivo. Al decir no sólo significamos y proponemos significados y referencias sino también ejecutados acciones como afirmar, preguntar, responder, advertir. El acto ilocutivo se orienta a decir explícitamente cómo la "locución" debe ser interpretada en el contexto de su enunciación.

Acto perlocutivo es el que se desprende del acto de decir; en otras palabras, los efectos y consecuencias extalingüísticas producidas por el hecho de realizar una ilocución: por ejemplo, convencer, sorprender, asustar, obedecer, conmover o aun más, producir un movimiento, una sonrisa o una pena. El acto perlocutivo sería entonces, la suma del acto ilocutivo del hablante más sus efectos en el oyente.

La siguiente gráfica sirve para sintetizar los actos de habla así:

Actos de habla
 

Actos locutivos
Actos ilocutivos
Actos perlocutivos
“Está lloviendo”
Afirmar
Mirar por la ventana, alistar el paraguas, no salir
“¿Está lloviendo?”
Preguntar
Contestar, alistar el paraguas, cerrar la ventana
Por favor, mira si está lloviendo”
Pedir
Levantarse, abrigarse, desentenderse, contestar
“Te voy a castigar”
Amenazar
Impresionar, cambiar de actitud, llorar, disculparse
“Podrías mejorar ese escrito”
Sugerir
 Acatar, negarse, irritarse.
“Vendré mañana”
Prometer
Crear expectativa, esperar, aceptar, despistar


Para la lingüística el aspecto más importante de esta aproximación a lenguaje lo constituyó la ilocución ya que permitió poner de relieve, no sólo la intención comunicativa sino también el efecto pragmático de la interlocución.

Searle propuso la siguiente taxonomía de los actos ilocutivos:
1.  Los asertivos cuya intención es comprometer al locutor, debido a ello, las palabras se ajustan al mundo real y el estado psicológico es la convicción sobre el contenido expresado. Por ejemplo: " Juan llegará mañana".
2. Los directivos cuya intención es que el interlocutor a algo, por ello el mundo debe corresponder a las palabras y el estado psicológico expresa voluntad o deseo. Por ejemplo: " Sálgase"
3. Los promisivos donde la intención es comprometer al interlocutor con el cumplimiento de una acción, por ello el mundo se ajustan las palabras y el estado psicológico es la sinceridad de la intención. Por ejemplo: " Prometo venir".
4. Los expresivos cuya intención es expresar el estado psicológico con la  condición de que haya intención sincera, por ello no hay correspondencia entre el mundo real y las palabras y el contenido atribuye una propiedad ya sea al locutor o al interlocutor. Ejemplo: "Perdóneme".
5. Los declarativos cuya intención es instaurar una realidad en la que la correspondencia entre palabras y mundo real es directa bajo la reserva de legitimidad institucional o social. Por ejemplo: " Le declaro la guerra", “Los declaro marido y mujer” “Queda abierta la sesión”.

BIBLIOGRAFÍA
AKMAJIAN A, Y otros, Lingüística: una introducción al lenguaje y la comunicación, Barcelona, Alianza, 1984BLANCHET P., La Pragmatique, Paris, Bertrand-Lacoste, 1995
LOZANO J. Y otros, Análisis del discurso, Madrid, Cátedra, 1982
MAINGUENEAU D,  L´énonciation en Linguistique Francaise, París, Hachette, 1994.
SEARLE  J., Actos de Habla, Madrid, Cátedra, 1990



LA SUBJETIVIDAD EN EL LENGUAJE - BENVENISTE

ÉMILE BENVENISTE
DE LA SUBJETIVIDAD EN EL LENGUAJE


SESIÓN DESARROLLADA POR ALICIA REY

Journal de Psychologie, julio-sept. 1958, P. U. F.

Si el lenguaje es, como dicen, instrumento de comunicación, ¿a qué debe semejante propiedad? La pregunta acaso sorprenda, como todo aquello que tenga aire de poner en tela de juicio la evidencia, pero a veces es útil pedir a la evidencia que se justifique. Se ocurren entonces, sucesivamente, dos razones? La una sería que el lenguaje aparece de hecho así empleado, sin duda porque los hombres no han dado con medio mejor ni siquiera tan eficaz para comunicarse. Esto equi­vale a verificar lo que deseábamos comprender. Podría también pen­sarse que el lenguaje presenta disposiciones tales que lo toman apto para servir de instrumento; se presta a trasmitir lo que le confío, una orden, una pregunta, un aviso, y provoca en el interlocutor un com­portamiento adecuado a cada ocasión. Desarrollando esta idea desde un punto de vista más técnico, añadiríamos que el comportamiento del lenguaje admite una descripción conductista, en términos de estímulo y respuesta, de donde se concluye el carácter mediato e instrumental del lenguaje. ¿Pero es de veras del lenguaje de lo que, se habla aquí? ¿No se lo confunde con el discurso? Si aceptamos que el discurso es lenguaje puesto en acción, y necesariamente entre par­tes, hacemos que asome, bajo la confusión, una petición de princi­pio, puesto que la naturaleza de este "instrumento" es explicada por su situación como "instrumento". En cuanto al papel de trasmisión que desempeña el lenguaje, no hay que dejar de observar por una parte que este papel puede ser confiado a medios no lingüísticos, gestos, mímica, y por otra parte, que nos dejamos equivocar aquí, hablando de un "instrumento", por ciertos procesos de trasmisión que, en las sociedades humanas, son sin excepción posteriores al len­guaje y que imitan el funcionamiento de éste. Todos los sistemas de señales, rudimentarios o complejos, están en este caso.
En realidad la comparación del lenguaje con un instrumento —y con un instrumento material ha de ser, por cierto, para que la comparación sea sencillamente inteligible— debe hacernos desconfiar mucho, corno cualquier noción simplista acerca del lenguaje. Hablar de instrumento es oponer hombre y naturaleza. El pico, la flecha, la rueda no están en la naturaleza. Son fabricaciones. El lenguaje está en la naturaleza del hombre, que no lo ha fabricado. Siempre pro­pendemos a esa figuración ingenua de un período original en que un hombre completo se descubriría un semejante no menos completo, y entre ambos, poco a poco, se iría elaborando el lenguaje. Esto es pura ficción. Nunca llegamos al hombre separado del lenguaje ni jamás lo vemos inventarlo. Nunca alcanzamos el hombre reducido a sí mismo, ingeniándose para concebir la existencia del otro. Es un hombre hablante el que encontramos en el mundo, un hombre hablando a otro, y el lenguaje enseña la definición misma del hombre.
Todos los caracteres del lenguaje, su naturaleza inmaterial, su funcionamiento simbólico, su ajuste articulado, el hecho de que posea un contenido, bastan ya para tornar sospechosa esta asimilación a un instrumento, que tiende a disociar del hombre la propiedad del lenguaje. Ni duda cabe que en la práctica cotidiana el vaivén de la palabra sugiere un intercambio, y por tanto una "cosa" que inter­cambiaríamos; la palabra parece así asumir una función instrumental o vehicular que estamos prontos a hipostatizar en "objeto". Pero, una vez más, tal papel toca a la palabra.
Una vez devuelta a la palabra esta función, puede preguntarse qué predisponía a aquélla a garantizar ésta. Para que la palabra ga­rantice la "comunicación" es preciso que la habilite el lenguaje, del que ella no es sino actualización. En electo, es en el lenguaje dónele debemos buscar la condición de esta aptitud. Reside, nos parece, en una propiedad del lenguaje, poco visible bajo la evidencia que la disimula, y que todavía no podemos caracterizar si no es sumaria­mente.
Es en y por el lenguaje como el nombre se constituye como sujeto porque el solo lenguaje funda en realidad, en su realidad que es la del ser, el concepto de "ego".
La "subjetividad" de que aquí tratamos es la capacidad del lo­cutor de plantearse como "sujeto". Se define no por el sentimiento que cada quien experimenta de ser él mismo (sentimiento que, en la medida en que es posible considerarlo, no es sino un reflejo), sino como la unidad psíquica que trasciende la totalidad de las experiencias vividas que reúne y que asegura la permanencia de la conciencia. Pues bien, sostenemos que esta "subjetividad", póngase en fenomenología o en psicología, como se guste, no es más que la emergencia en el ser de una propiedad fundamental del lenguaje.  Es "ego" quien dice "ego".  Encontramos aquí el fundamento de la "subjetividad", que se determina por el estatuto lingüístico de la "persona".
La conciencia de sí no es posible más que si se experimenta por contraste. No empleo yo sino dirigiéndome a alguien, que será en mi alocución un tú. Es esta condición de diálogo la que es constitutiva  de la persona pues implica en reciprocidad que me torne en la alocución de aquel que por su lado se designa por yo. Es aquí donde vemos un principio cuyas consecuencias deben desplegarse en todas direcciones. El lenguaje no es posible sino porque cada locutor se pone como sujeto y remite a sí mismo como yo en su discurso. En virtud de ello, yo plantea otra persona, la que, exterior y todo a "mí", se vuelve mi eco al que digo y que me dice tú. La polaridad de las personas, tal es en el lenguaje la condición fundamental, de la que el proceso de comunicación, que nos sirvió de punto de partida, nb pasa de ser una consecuencia del todo pragmática. Polaridad por lo demás muy singular en sí, y que presenta un tipo de oposición cuyo equivalente no aparece en parte alguna, fuera del lenguaje. Esta polaridad no significa igualdad ni simetría: "ego" tiene siempre una posición de trascendencia con respecto a tú; no obstante, ninguno de los dos términos es concebible sin el otro; son complementarios, pero según una oposición "interior/exterior", y al mismo tiempo son reversibles. Búsquese un paralelo a esto; no se hallará. Única es la condición del hombre en el lenguaje.
Así se desploman las viejas antinomias del "yo" y del "otro", del individuo y la sociedad. Dualidad que es ilegítimo y erróneo reducir a un solo término original, sea éste el "yo", que debiera estar ins­talado en su propia conciencia para abrirse entonces a la del "pró­jimo", o bien sea, por el contrario, la sociedad, que preexistiría como totalidad al individuo y de donde éste apenas se desgajaría conforme adquiriese la conciencia de sí. Es en una realidad dialéctica, que engloba los dos términos y los define por relación mutua, donde se descubre el fundamento lingüístico de la subjetividad.
Pero ¿tiene que ser lingüístico dicho fundamento? ¿Cuáles títulos se arroga el lenguaje para fundar la subjetividad?
De hecho, el lenguaje responde a ello en todas sus partes. Está marcado tan profundamente por la expresión de la subjetividad que se pregunta uno si, construido de otra suerte, podría seguir funcio­nando y llamarse lenguaje.   Hablamos ciertamente del lenguaje, y no solamente de lenguas particulares. Pero los hechos de las lenguas particulares, concordantes," testimonian por el lenguaje. Nos confor­maremos con citar los más aparentes.
Los propios términos de que nos servimos aquí, yo y tú, no han de tomarse como figuras sino como formas lingüísticas, que indican la "persona". Es un hecho notable —mas ¿quién se pone a notarlo, siendo tan familiar?— que entre los signos de una lengua, del tipo, época o región que sea, no falten nunca los "pronombres personales". Una lengua sin expresión de la persona no se concibe. Lo más que puede ocurrir es que, en ciertas lenguas, en ciertas circunstancias, estos "pronombres" se omitan deliberadamente; tal ocurre en la ma­yoría de las sociedades del Extremo Oriente, donde una convención de cortesía impone el empleo de perífrasis o de formas especiales entre determinados grupos de individuos, para remplazar las referencias personales directas. Pero estos usos no hacen sino subrayar el valor de las formas evitadas; pues es la existencia implícita de estos pro­nombres la que da su valor social y cultural a los sustitutos impues­tos por las relaciones de clase.
Ahora bien, estos pronombres se distinguen en esto de todas las designaciones que la lengua articula: no remiten ni a un concepto ni a un individuo.
No hay. concepto "yo" que englobe todos los yo que se enuncian en todo instante en boca de todos los locutores, en el sentido en que hay un concepto "árbol" al que se reducen todos los empleos indi­viduales de árbol. El "yo" no denomina, pues, ninguna entidad léxica. ¿Podrá decirse entonces que yo se refiere a un individuo par­ticular? De ser así, se trataría de una contradicción permanente admitida en el lenguaje, y la anarquía en la práctica: ¿cómo el mismo término podría referirse indiferentemente a no importa cuál individuo y al mismo tiempo identificarlo en su particularidad? Esta­mos ante una clase de palabras, los "pronombres personales", que escapan al estatuto de todos los demás signos del lenguaje. ¿A qué yo se refiere? A algo muy singular, que es exclusivamente lingüístico: yo se refiere al acto de discurso individual en que es pronunciado, y cuyo locutor designa. Es un término que no puede ser identificado más que en lo que por otro lado hemos llamado instancia de dis­curso, y que no tiene otra referencia que la actual. La realidad a la que remite es la realidad del discurso. Es en la instancia de discurso en que yo designa el locutor donde éste se enuncia como "sujeto". Así, es verdad, al pie de la letra, que el fundamento de la subjetividad está en el ejercicio de la lengua. Por poco que se piense, se advertirá que no hay otro testimonio objetivo de la identidad del sujeto que el que así da él mismo sobre sí mismo.
El lenguaje está organizado de tal forma que permite a cada locutor apropiarse la lengua entera designándose como yo. Los pronombres personales son el primer punto de apoyo para este-salir a luz de la subjetividad en el lenguaje. De estos, pro­nombres dependen a su vez otras clases de pronombres, qué compar­ten el mismo estatuto. Son los indicadores de la deixis, demostrati­vos, adverbios, adjetivos, que organizan las relaciones espaciales y temporales en tomo al "sujeto" tomado como punto de referencia: "esto, aquí, ahora", y sus numerosas correlaciones "eso, ayer el año pasado, mañana", etc. Tienen por rasgo común definirse solamente por relación a la instancia de discurso en que son producidos, es decir bajo la dependencia del yo que en aquélla se enuncia.
Fácil es ver que el dominio de la subjetividad se agranda más y tiene que anexarse la expresión de la temporalidad. Cualquiera que sea el tipo de lengua, por doquier se aprecia cierta organización lingüística de la noción de tiempo. Poco importa que esta noción se marque en la flexión de un verbo o mediante palabras de otras clases (partículas; adverbios; variaciones léxicas, etc.) —es cosa de estructura formal. De una u otra manera, una lengua distingue siempre "tiempos"; sea un pasado  y un futuro, separados por  un presente, como en francés o en español; sea un presente-pasado opuesto a un futuro, o un presente-futuro distinguido de un pasa­do, como en diversas lenguas amerindias, distinciones susceptibles a su vez de variaciones de aspecto, etc. Pero siempre la línea divi­soria es una referencia al "presente". Ahora, este "presente" a su vez no tiene como referencia temporal más que un dato lingüístico: la coincidencia del acontecimiento descrito con la instancia de dis­curso que ¡o describe. El asidero temporal del presente no puede menos de ser interior al discurso. El Dictionnaire general define el "presente" como "el tiempo del verbo que expresa el tiempo en que se está". Pero cuidémonos: no hay otro criterio ni otra expresión para indicar "el tiempo en que se está" que tomarlo como "el tiempo en que se habla". Es éste el momento eternamente "presente", pese a no referirse nunca a los mismos acontecimientos de una cronología "objetiva", por estar determinado para cada locutor por cada una de las instancias de discurso que le tocan. El tiempo lingüístico es sui-referencial.  En último análisis la temporalidad humana con todo su aparato lingüístico saca a relucir la subjetividad inherente al ejer­cicio mismo del lenguaje.
El lenguaje es pues la posibilidad de la subjetividad, por contener siempre las formas lingüísticas apropiadas a su expresión, y el discurso provoca la emergencia de la subjetividad, en virtud de que consiste en instancias discretas. El lenguaje propone en cierto modo formas "vacías" que cada locutor en ejercicio de discurso se apropia, y que refiere a su "persona", definiendo al mismo tiempo él mismo como yo y una pareja como tú. La instancia de discurso es así constitutiva de todas las coordenadas que definen el sujeto, y de las que apenas hemos designado sumariamente las más aparentes.
La instalación de la "subjetividad" en el lenguaje crea, en el lenguaje y —creemos— fuera de él también, la categoría de la persona. Tiene por lo demás efectos muy variados en la estructura misma de las lenguas, sea en el ajuste de las formas o en las relaciones de la signi­ficación. Aquí nos fijamos en lenguas particulares, por necesidad, a fin de ilustrar algunos efectos del cambio de perspectiva que la "sub­jetividad" puede introducir. No podríamos decir cuál es, en el uni­verso de las lenguas reales, la extensión de las particularidades que señalamos; de momento es menos importante delimitarlas que ha­cerlas ver. El español ofrece algunos ejemplos cómodos.
De manera general, cuando empleo el presente de un verbo en las tres personas (según la nomenclatura tradicional), parecería que la diferencia de persona no acarrease ningún cambio de sentido en la forma verbal conjugada. Entre yo corno, tú comes, él come, hay en común y de constante que la forma verbal presenta una descrip­ción de una acción, atribuida respectivamente, y de manera idéntica, a "yo", a "tú", a "él". Entre yo sufro y tú sufres y él sufre hay parecidamente en común la descripción de un mismo estado. Esto da la impresión de una evidencia, ya implicada por la ordenación  formal en el paradigma de la conjugación.
Ahora bien, no pocos verbos escapan a esta permanencia del sentido en el cambio de las personas. Los que vamos a tocar deno­tan disposiciones u operaciones mentales. Diciendo yo sufro describo mi estado presente. Diciendo yo siento (que el tiempo va a cambien), describo una impresión que me afecta. Pero ¿qué pasará si, en lugar de yo siento (que el tiempo va a cambiar), digo: yo creo (que el tiempo va a cambiar)? Es completa la simetría formal entre yo siento y yo creo.   ¿Lo es en el sentido?   ¿Puedo considerar este yo creo, como una descripción de mí mismo a igual título que yo siento? ¿Acaso me  describo creyendo cuando digo yo creo (que...)?  De seguro que no.
La operación de pensamiento no es en modo alguno el objeto del enunciado; yo creo (que...) equivale a una aserción mitigada.   Diciendo yo creo (que...), convierto en una enunciación subjetiva el hecho afirmado impersonalmente, a saber, el tiempo ya a cambiar, que es la auténtica proposición.
Consideremos también los enunciados siguientes: "Usted es, su­pongo yo, el señor X... —Presumo que Juan habrá recibido mi carta. — Ha salido del hospital, de lo cual concluyo que está curado." Estas frases contienen verbos de operación: suponer, presumir, con­cluir, otras tantas operaciones lógicas. Pero suponer, presumir, concluir, puestos en la primera persona, no se conducen como lo hacen, por ejemplo, razonar, reflexionar, que sin embargo parecen vecinos cercanos. Las formas yo razono, yo reflexiono me describen razo­nando, reflexionando. Muy otra cosa es yo supongo, yo presumo, yo concluyo. Diciendo yo concluyo (que...), no me describo ocupado concluyendo, ¿qué podría ser la actividad de "concluir"? No me represento en plan de suponer, de presumir, cuando digo yo supongo, yo presumo. Lo que indica yo concluyo es que, de la situación plan­teada, extraigo una relación de conclusión concerniente a un hecho dado. Es esta relación lógica la que es instaurada en un verbo per­sonal. Lo mismo yo supongo, yo presumo están muy lejos de yo pongo, yo resumo. En yo supongo, yo presumo hay una actitud indi­cada, no una operación descrita. Incluyendo en mi discurso yo su­pongo, yo presumo, implico que adopto determinada actitud ante el enunciado que sigue. Se habrá advertido en efecto que todos, los verbos citados van seguidos de que y una proposición: ésta es el verdadero enunciado, no la forma verbal personal que la gobierna. Pero esta forma personal, en compensación, es, por así decirlo; el indicador de subjetividad. Da a la aserción que sigue el contexto subjetivo —duda, presunción, inferencia— propio para caracterizar la actitud del locutor hacia el enunciado que profiere. Esta mani­festación de la subjetividad no adquiere su relieve más que en la primera persona. Es difícil imaginar semejantes verbos, en la se­gunda persona, como no sea para reanudar verbatim una argumenta­ción: tú supones que se ha ido, lo cual no es sino una manera de repetir lo que "tú'' acaba de decir: "Supongo que se ha ido." Pero recórtese la expresión de la persona y no se deje más que: él supone que..., y lo único que queda, desde el punto de vista del yo que la enunciares una simple verificación.
Se discernirá mejor aún-la naturaleza de esta "subjetividad" con­siderando los efectos de sentido que produce el cambio de las per­sonas en ciertos verbos de palabra. Son verbos que denotan por su sentido un acto individual de alcance social: jurar, prometer, garantizar, certificar, con variantes locucionales tales como comprometerse a..., obligarse a conseguir... En las condiciones sociales en que la lengua se ejerce, los actos denotados por estos verbos son considera­dos competentes. Pues bien, aquí la diferencia entre la enunciación "subjetiva" y la enunciación "no subjetiva" aparece a plena luz, no bien se ha caído en la cuenta de la naturaleza de la oposición entre las "personas" del verbo. Hay que tener presente que la "tercera per­sona" es la forma del paradigma verbal (o pronominal) que no remite a una persona, por estar referida a un objeto situado fuera de la alocución. Pero no existe ni se caracteriza sino por oposición a la persona yo del locutor que, enunciándola, la sitúa como "no-per­sona". Tal es su estatuto. La forma él... extrae su valor de que es necesariamente parte de un discurso enunciado por "yo".
Pero yo juro es una forma de valor singular, por cargar sobre quien se enuncia yo la realidad del juramento. Esta enunciación es un cumplimiento: "jurar" consiste precisamente en la enunciación yo juro, que liga a Ego. La enunciación yo juro es el acto mismo que me compromete, no la descripción del acto que cumplo. Diciendo prometo, garantizo, prometo y garantizo efectivamente. Las conse­cuencias (sociales, jurídicas, etc.) de mi juramento, de mi promesa, arrancan de la instancia de discurso que contiene juro, prometo. La, enunciación se identifica con el acto mismo. Mas esta condición no es dada en el sentido del verbo; es la "subjetividad" del discurso la que la hace posible. Se verá la diferencia remplazando yo juro por él jura. En tanto que yo juro es un comprometerme, él jura no es más que una descripción, en el mismo plano que él corre, él fuma. Se ve aquí, en condiciones propias a estas expresiones, que el mismo verbo, según sea asumido por un "sujeto" o puesto fuera de la "per­sona", adquiere valor diferente. Es una consecuencia de que la instancia de discurso que contiene el verbo plantee el acto al mismo tiempo que funda el sujeto. Así el acto es consumado por la instancia de enunciación de su "nombre" (que es "jurar"), a la vez que el sujeto es planteado por la instancia de enunciación de su indicador (que es "yo").
Bastantes nociones en lingüística, quizá hasta en psicología, aparecerán bajo una nueva luz si se las restablece en el marco del discurso, que es la lengua en tanto que asumida por el hombre que habla, y en la condición de intersubjetividad, única que hace posible la comunicación lingüística.